Hotel Sputnik

Aún hoy en día, no sé si yo soy el “primer hombre” 

o el “último perro” en volar al espacio.

Yuri Gagarin

*


Astronauta


Mi padre destapó una cerveza para ver el futbol

y me dijo que los hombres corren tras la pelota para no pelear.


Me dijo que los hombres corren como los soviéticos

y los norteamericanos corrieron tras la luna

para jugar futbol cósmico.


Porque los cosmonautas eran hombres en guerra que sólo querían jugar. 

Astronautas de pasos pequeños y huellas enormes.


Me dijo que el futbol era la carrera espacial 

pero sin cohetes: sin el Sputnik ni Laika; sin Apolo.


Me dijo que el futbol estaba arreglado como el alunizaje,

pero que era el mejor pretexto para destapar una cerveza:

por eso siempre las ponían en oferta en todas las tiendas


También me dijo que el futbol era 

el deporte favorito de los gobernantes

por no sé qué cosas de humo: cortinas, creo.


Pero a fin de cuentas se sentó a verlo y beber 

porque en la televisión jugaban la final del torneo 

y la cerveza estaba tan fría como la relación de Estados Unidos 

y Rusia o China o Cuba. La cerveza estaba bien muerta como la URSS.


Y cuando alguien anotó un gol, 

la grada explotó en aplausos

mientras el Apolo 

 aterrizaba

en medio de la nada.




Alunizaje


Las hormigas en el suelo

parecen dibujar galaxias.


Las veo detenidamente:

caminan en una marcha fúnebre

por la muerte de miles de estrellas.


Pienso en sus pequeños pasos

y en qué tan diferente ha de ser

pisar la superficie lunar.


Pienso si al aplastarlas

escucharé los ecos

del universo.





Reflexiones desde la ventana del hotel


Las palomas son astronautas de la urbe:

dignas aventureras del viento, el espacio y smog.


Ellas pueden, en dos o tres aleteos, elevarse por el cielo. 

Volar a la altura del Todopoderoso o simplemente 

posar su traje gris de aventurero cansado 

a la orilla de la sagrada iglesia.


Las campanas no las asustan.

Se sienten fascinadas por las torres del campanario:

hermosos cohetes de piedra a punto de despegar.


Se sientes cómodas desde las alturas,

donde pueden bendecir tranquilamente

en el nombre del padre, del hijo 

y del espíritu santo.




El poema universal


Ayer sólo escribí un poema

y sólo tenía una línea

o dos.


Decía:

Este día escribí un poema

y no dice nada.


Porque realmente no decía nada.

No era bonito ni práctico.

No hablaba sobre Dios

ni las problemáticas sociales.


Tampoco hablaba del universo;

de cuántas estrellas hay en el cielo

o si todo lo que vemos 

en realidad ya pasó hace ocho minutos.


Este poema no servía.

No daba la hora 

y mucho menos tenía instrucciones.

No tenía manual de usuario

para que lo leyeras de tal o cual modo.


Realmente no era útil

ni se empleaba en algo.


Pero me sentí feliz

porque escribí un poema

con una línea

o dos.





Hotel Sputnik


Laika contempla por la ventana.


Ve a la gente caminar por la calle:

diminuta, apenas visible, confundiéndose 

con el asfalto que simula la superficie lunar;

también tiene cráteres, también es gris.


La gente se pierde 

de lo lejos que se ve.


Si ella levantara la pata 

y la dejara caer de golpe,

     podría pisarlos.


Ladra, pero no la pueden oír, 

por eso habla con las nubes de blanca mansedad

que le cuentan los secretos de Dios 

y con las palomas, 

que recuerdan los días 

en que fueron ángeles bellísimos.


Habla con la luna, que se queja. 

Está harta de que en ella dejen cenizas. 

No sabe que en realidad es polvo, 

porque los hombres que la pisaron 

son montículos de olvido.


Laika está en el último piso 

del edificio más alto escuchando confesiones.

En el hotel de los astronautas muertos, de las viejas glorias, 

desde donde observa  su rostro en el reflejo del cristal 

y se da cuenta lo triste que luce todo: la gente, 

las palomas, la luna y, por supuesto, el espacio.


*







Esta obra obtuvo mención honorífica en el Premio Nacional de Poesía “Rogelio Treviño” en 2015, convocado por Tintanueva ediciones. La primera edición se publicó en 2016 por Tintanueva ediciones.






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